1. El fracaso de mis fotos lindas
La historia del viaje fotográfico más desastroso de mi carrera.
Escucha la historia de este newsletter a continuación, o puedes leerla resumida más abajo.
A finales de 2013 empezamos lo que parecía una aventura soñada.
Lo planeamos así: sería un mes de viaje por el Amazonas colombiano, con un equipo de seis personas. Éramos dos indígenas locales –Jinel Teteye y Pedro Junior Firizateke–, el antropólogo y escritor Marco Tobón, y tres fotógrafos: Diego Sánchez, Luis Bernardo Cano y yo.
Partiríamos desde La Chorrera hacia el sur, bajando durante dos semanas hasta Puerto Arica, y luego retomaríamos hacia el norte, pasando La Chorrera de nuevo hasta Santa Rosa.
Poco antes del viaje me reuní con los representantes de Canon –la marca de cámaras–, y les conté del proyecto fotográfico en el Amazonas. Se interesaron y me respondieron como el genio de la lámpara maravillosa: “¿Y qué necesitas de nosotros para ese viaje?”. Sin dudarlo, y con la ambición desbordada, pedí lo que durante muchos años había soñado: “quiero cuatro cámaras y toda la gama de lentes desde 8mm hasta 400mm”. Para mi sorpresa, dijeron que sí.
La pesadilla empezó apenas nos embarcamos en la selva.
Los primeros tres días del viaje solo llovió. No era posible ni siquiera levantar la cámara. Llovía todo el tiempo, sin parar, día y noche. Éramos seis, navegando un río feroz en un pequeño bote de metal al que, para colmo de males, le fallaba el motor. Mientras tanto mis compañeros y yo abrazábamos nuestras cámaras debajo del poncho impermeable de cada uno, tratando de que no se mojaran los equipos.
Werner Herzog describió en una entrevista la sensación que uno tiene al estar engullido en el Amazonas: “En este paisaje inacabado y abandonado por Dios en un arrebato de ira, los pájaros no cantan, sino que gritan de dolor, y árboles enmarañados se pelean entre sí con sus garras de gigantes, de horizonte a horizonte, entre las brumas de una creación que no llegó a completarse. Jadeantes de niebla y agotados, los árboles se yerguen en este mundo irreal, en una miseria irreal”. Tal cual.
Si entrar a la selva es difícil, salir de ella lo es mucho más: uno se enamora (o “se embruja”, dicen otros). Pero tenía que regresar a casa. Tomamos la chiva voladora de regreso, aterrizamos en El Dorado y cada uno fue a su casa a descargar y editar fotos. Empezaron a pasar los días viendo el material y ahí vino la más dura de las lecciones: habíamos viajado durante un mes, teníamos todo el equipo fotográfico, la energía, el bote, la comida. Habíamos pasado un mes en el corazón de la selva, pero no teníamos historia, nos habíamos distraído tanto con la tecnología, con las cámaras, con las fotos lindas de los lugares más estremecedores que no habíamos construido una historia. No éramos más que turistas haciendo fotos lindas de lugares hermosos. No teníamos un reportaje, ni un proyecto y mucho menos un libro.
Después de pensarlo bien decidimos que no había material para hilar una historia. Era un fracaso. Un fracaso rotundo.
Así fue como el Amazonas me dio la lección de fotografía más importante de mi carrera. Ahora, para mí, tener una historia es más importante que lo sofisticado del equipo fotográfico o el destino a visitar. Es la historia lo importante siempre, el hilo, el espinazo y el cuerpo: de otra forma me convierto en un turista con cámara. Nunca volví a cargar tanto equipo, ahora sé cuál equipo necesito para contar las historias que busco y que me interesan.
Varios años después conocí a Santiago Kuetgaje, un indigena uitoto que había sido desplazado de La Chorrera por la violencia, conocí a su familia y visité su resguardo Maguaré y su maloka cerca de Villavicencio en donde me presentó a su esposa Janeth y a sus tres hijos: Jefferson, Wendy y Johana.
La mayor, Johana, estudió derecho, ejercía su carrera y quiso continuar sus estudios con una maestría en España. La familia, con mucho esfuerzo, pudo reunir el dinero de los tiquetes y la matrícula, pero recibieron una noticia que cayó como un yunque.
En la embajada española les dijeron que necesitaban por lo menos 5 mil euros consignados en su cuenta bancaria para garantizar la manutención de Johana en España mientras estudiaba allí. La familia Kuetgaje no tenía más dinero y no sabían qué hacer. Entonces Janeth, la mamá, me llamó buscando consejo de cómo conseguirlo y a mí no se me ocurrió nada en el momento. Pero después de pensarlo un poco les propuse que vendiéramos algunas de mis fotografías del Amazonas, esas que había enterrado en mi archivo desde el fracaso de 2013. Hicimos una venta online y muchas manos solidarias las compraron. Así fue como las fotos del territorio ancestral de Johana, de donde ella y su familia habían tenido que huir desplazados por la violencia, sirvieron para recaudar el dinero para que Johana pudiera hacer su maestría.
Este 18 de julio, Johana sustentará su tesis en la universidad y, después de graduarse, quiere regresar a Colombia para continuar trabajando desde aquí, ayudando a otras personas y comunidades indígenas.
En el audio que hay al inicio del correo cuento más detalles de todo este viaje.
Tres recomendaciones
Diógenes, una película de Leonardo Barbuy con producción de La Selva Cine. una película impresionante, lenta, en blanco y negro, muy silenciosa pero contundente. Una obra de arte que espero que muchos puedan disfrutar. Dolorosa, necesaria. Hace mucho no veía algo así.
Mi fotógrafa recomendada esta vez es Sarah Pabst, alemana que lleva muchos años viviendo en Argentina y a través de sus fotos habla de la maternidad, del dolor, de las historias pequeñas que nos suceden a todos, un trabajo impecable.
Y también quiero recomendar un libro, La Multitud Errante de Laura Restrepo. Lo acabo de terminar, me lo regaló Beth Dickinson cuando la visité en su casa y fue un gran acierto. Este libro, rápido de leer, se clava en el corazón con la fuerza que se entierran los puñales de la memoria en las víctimas en este país.
Gracias de nuevo por leer Historias sencillas. Si quieres, escríbeme contándome cómo te pareció este correo y si tienes feedback o ideas para las próximas ediciones.
Feliz semana.
Federico.
Uy, esta historia me gusta mucho. Toca una reflexión que he tenido y es que lo que determina si se trata de un fracaso o no, no son las fotos en sí mismas sino el objetivo que se trazó para ellas. Luego de varios años, el objetivo cambió y no sólo fueron útiles sino que la estética cobró valor sobre el hilo narrativo para ayudar a Johanna. Todo depende del cristal con que se mire.
Para mí, ni turista ni fracaso :)
"Sin historia no hay cámara", decía Alirio González, director de la escuela audiovisual infnatil de Belén de los Andaquies.
Me encantó este primer post, gracias!